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New York | Tenis y un sueño cumplido en La Gran Manzana

  • Foto del escritor: almadeviajeros
    almadeviajeros
  • 27 nov 2018
  • 3 Min. de lectura


En agosto de 2006 visité por séptima vez la Gran Manzana, esa especie de versión a escala del mundo donde confluyen todo tipo de idiomas, razas, religiones y estilos de vida, un verdadero “melting pot” al decir de los americanos, donde nada parece extraño pero, al mismo tiempo y paradójicamente, todo resulta novedoso aún cuando se hubieran caminado sus calles cientos de veces.


Sin embargo, la razón de mi viaje a Nueva York resultó totalmente ajena a esta ciudad e incluso a mi voluntad de visitarla, pues lo que me condujo hasta allí no fue sino la concreción de un sueño: ver a Andre Agassi disputar su último torneo de tenis.


Este inesperado viaje decidido a las apuradas ante el anuncio del retiro formulado por Andre meses antes, en el tradicional torneo de Wimbledon, conjugaba el imán de la gran ciudad con la atracción de un evento deportivo único, en el cuál uno de sus principales actores vería bajar el telón luego de más de veinte años de carrera.


Recorriendo nuevamente las atrapantes avenidas del midtown, tras casi siete años desde mi última visita, me pareció que Manhattan había atrasado su ritmo; de repente la hallaba acogedora, sin ese trajinar frenético e incluso hostil que había experimentado en oportunidades anteriores. Posiblemente ello tenga mucho más que ver con un cambio personal que con una modificación real en el devenir de la ciudad: la mirada del mundo a los 21 años, cuando salí por primera vez de Argentina para celebrar el año nuevo frente a Times Square en 1993, no era la misma que a los 35 años.




Finalmente, el lunes 28 de Agosto llegó el momento que tanto había esperado, la cita era a las 20.30 horas y el lugar, el Flushing Meadows Corona Park, ubicado en el distrito de Queens, sede del US OPEN.


Aquél joven de larga cabellera, remeras flúo y bermudas de jean que irrumpiera en el circuito tenístico en la década del 80 dotado de un carisma único, se despedía del deporte blanco luego de más de dos décadas de profesionalismo, innumerables títulos en su haber y una metamorfosis personal que incluía no sólo la pérdida de su cabello sino también la conformación de una familia junto a Steffi Graf (a quién el destino quiso que me cruzara dos días después caminando por la Quinta Avenida).


Era ese mismo Agassi, que tantas veces me había tenido horas frente al televisor mirando sus partidos, levantándome o acostándome con los más diversos husos horarios sólo para admirar su talento, a quién iba a tener la oportunidad de ver en vivo en lo que sería su presentación final.


Es difícil expresar con palabras o intentar racionalizar las sensaciones que se producen cuando se está a punto de presenciar un acontecimiento que hasta ese momento sólo era posible en mi imaginación.


Lo que sí puedo decir es que ingresé al fantástico Arthur Ashe Stadium cuando aún se hallaba vacío y faltaban un par de horas para el comienzo del encuentro; me quedé sentado allí, observando hasta el más mínimo detalle mientras resonaba en mi mente una vocecita que decía “No puede ser verdad”.


Finalmente llegó el momento de la presentación de los jugadores, la aparición de Andre levantó a la multitud y llenó mis ojos de lágrimas: en ese instante tomé conciencia del lugar y el momento en el cuál me encontraba. Sentí la misma emoción varias veces durante el partido, mezcla de felicidad incontenible y tristeza por intentar detener el tiempo ante la implacabilidad de Cronos.


El encuentro terminó con la victoria del “kid de Las Vegas”, aunque aquello sólo poseía un significado anecdótico; mi felicidad iba más allá del resultado triunfante de mi favorito, ya que las imágenes y sensaciones vividas quedarían para siempre grabadas en mi retina y en mi corazón.


Photography by ESPN

Cerca de la una de la madrugada salí del Estadio, el subte me condujo de vuelta a Manhattan. El bullicio imperante en el vagón gracias al gran espectáculo brindado por ambos jugadores no modificó mi estado de ánimo; permanecí en silencio y pensativo, intentando convencerme que aquello no había sido un sueño.


Ya en la habitación del hotel, el reporte del tiempo informaba que el huracán Ernesto avisoraba lluvias en la región de Nueva York durante gran parte de la semana…pero eso poco me importaba.


Alberto


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Alma de Viajeros

-sueltos por el mundo-

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