Dublín | Mágica, atrapante, divertida
- almadeviajeros
- 17 jul 2018
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 6 ago 2018

Irlanda ha revoloteado en mi mente desde siempre, con la sensación de que algo mágico mora en este verde rincón de Europa. ¿Duendes? ¿Hadas? ¿Quizás estuvieron al final del arcoíris que nos bendijo el primer día que llegamos a Dublín?. De todas formas, el tesoro no estaba ahí, sino en el alegre corazón de los irlandeses, en su música que te invita a bailar, en sus colinas que te inspiran para caminar hasta que tus pies se gasten, en sus pubs para perderse en una pinta de Guinness, en su historia que nos hace reflexionar acerca de la miseria humana, pero también de la inconmensurable lucha por la libertad y los sueños de una nación.
Irlanda entró en el escenario mundial allá por el siglo V, cuando el Imperio Romano se derrumbaba ante las invasiones germánicas, cuando llegaron a la isla los primeros monjes cristianos, como el famoso San Patricio y su creativa forma de explicar el misterio de la Santísima Trinidad utilizando un trébol, el primero de una serie de evangelizadores que pronto formaron una eficiente organización, y a la luz de las velas de los monasterios copiaron los libros del Nuevo Testamento y preservaron la cultura que por aquel entonces se derrumbaba en el continente. [¿sabías que el primer desfile de San Patricio no se llevó a cabo en Dublín, ni siquiera en Irlanda? Fue en la ciudad de Boston en 1737. El primer desfile en Dublín fue casi 200 años después].
Dublín entró en el escenario mundial con los vikingos, quienes fundaron en el siglo IX y al sur del río Liffey un antiguo centro de comercio de esclavos cerca de una laguna en donde hoy se encuentran los jardines del Castillo de Dublín, ya la que ellos llamaban Laguna Negra, o “Dubh Linn” en danés. Los hombre del norte terminaron con la Era Dorada de Irlanda y la nueva época que se avecinó trajo más dominación y luchas. La más recordada para los irlandeses, en parte por ser la última vivida y la más larga, fue la dominación inglesa, que comenzó hacia 1170 y sólo terminó a principios del siglo XX.
De la época de la dominación inglesa data el famoso Trinity College, la Harvard de Dublín, fundado en 1592 por la reina Isabel I de Inglaterra (la reina virgen, ¿recuerdan?). Allí podemos observar la maestría de los monjes en el Libro de Kells, una hermosa copia de los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento, donde la técnica de los colores nos sumerge en un brillante mundo espiritual, sin duda una de las obras artísticas más importantes de la cultura occidental. ¿Y dónde viven los libros? Trinity College nos ofreció una experiencia que se grabó en nuestras retinas al recorrer la “Long Room”, la Biblioteca donde los libros están ordenados ¡¡ por tamaño !! Si las fotos impactan imagínate estar ahí.
Dublín, pequeña ciudad capital, atiborrada pero compacta, colorida, práctica, intensa, donde ni siquiera la lluvia (regular aunque pasajera) desdibuja un espíritu muy particular. Trinity College quedaba a tan solo media hora a pie de nuestro departamento en Smithfield, una zona puesta en valor llamada Smithfield, justo enfrente de la Destilería Jameson, a 5 minutos de Grafton Street, la "calle Florida" de Dublín, donde nos sumergimos en el Aran Sweater Market, un maravilloso mundo de sweaters y accesorios de lana irlandesa de primerísima calidad y diseño. Grafton Street termina en el parque Saint Stephen, un pacífico reducto en medio del bullicio que te permite tranquilidad para leer, oler, mirar el cielo, y tanto a grandes como a chicos conectarnos con la naturaleza, para juntar fuerzas y espíritu para ir luego por una buena pinta de cerveza, escuchar buena música y disfrutar de una buena conversación.
El lugar perfecto para estos menesteres se concentra en los pubs que florecen a lo largo de la zona conocida como Temple Bar. Bulliciosa y colorida por excelencia, por sus calles es imposible no querer perderse, como también es difícil no querer entrar a cada uno de los pubs, aunque más no sea para escuchar algunos minutos de buena música de guitarras y violines. El nombre de Temple Bar no tiene que ver, como alguno podría pensar, con la Orden del Temple (los Caballeros Templarios) ni siquiera con un Bar como Pub. Sir William Temple adquirió los terrenos situados entre el río Liffey y Dame Street alrededor del año 1600 y para traer mercaderías desde el río construyó una especie de camino (Barr en gaélico). Voilá !!!! Temple Bar, (como la calle Reconquista en Buenos Aires) ha sido un lugar de moda desde principios de los 90, cuando Dublín fue elegida como ciudad europea de la cultura.
Dublín, la capital de una nación que, a pesar de la conquista, el despojo, el maltrato, la guerra religiosa y el hambre, ha podido conservar el espíritu de los irlandeses, quienes han podido levantarse de sus cenizas nuevamente. De hecho hoy Irlanda es una de las naciones con más crecimiento en la Unión Europea. En el próximo post, les contaré sobre Dublín “Madero”, que comparte con Buenos Aires algo más que nombre.
Sebastián
Comments