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Italia | Un viaje solitario por la Toscana

  • Foto del escritor: almadeviajeros
    almadeviajeros
  • 22 ene 2019
  • 3 Min. de lectura

“¿Cómo te vas a ir de vacaciones sólo?” es una pregunta que he escuchado de manera repetida cada vez que he decidido emprender un viaje en solitario. Recorrer el mundo sin compañía es una experiencia inigualable que nos pone cara a cara con lo más profundo de nuestro ser y nos dispara preguntas del tipo: ¿Nos sentimos a gusto con la soledad? ¿Nos llevamos bien con nosotros mismos?



En agosto de 2002 decidí tomarme vacaciones de manera repentina. No tenía demasiadas pretensiones en cuanto al destino; buscaba pasajes promocionales a cualquier parte de Europa y Alitalia terminó siendo la opción elegida: Vuelo de ida a Niza y regreso desde Roma. Los 23 días que separaban ambos vuelos serían un rompecabezas que iría armando sobre la marcha.


Luego de recorrer parte de la Costa Azul y la costa Ligure, recale en la pequeña ciudad amurallada de Lucca, punto de partida para mi recorrido por La Toscana. Como tantos otros lugares turísticos, Lucca, ciudad natal del célebre compositor Giacomo Puccini, se aprecia y disfruta mucho más por la noche. Es entonces cuando la mayor parte de los tours que la invaden por el día se retiran y sus estrechas callejuelas recobran ese aire intimista que nos transporta en el tiempo. Recorrer sin rumbo y en soledad las calles de Lucca, luego de deleitar mi paladar con exquisitos “cantucci con vin santo” es uno de los recuerdos que atesoro vívidamente de aquél viaje.



Siena fue la segunda parada, utilizando el tren como medio de transporte para unir ambas localidades. Viajar solo es, paradójicamente, viajar acompañado: he tenido varios compañeros de ruta ocasionales, que llenaron mi trayecto de anécdotas y vivencias que difícilmente pueda olvidar.


Recuerdo, por ejemplo, a una jubilada estadounidense con la cual compartí el trayecto Lucca – Siena, quien jamás había salido de su país hasta que la caída de las torres gemelas la enfrentó a una dura realidad: ningún sitio era totalmente seguro y ello la empujó a recorrer el mundo.


También viene a mi memoria el viaje “a dedo” que me permitió llegar a Castellina in Chianti. Al salir de la estación de trenes de Castellina in Chianti me di cuenta que aquél no era el lugar cuya belleza había visto en fotos, tras preguntar a dos lugareños comprendí que me encontraba a 18 kilómetros de la ciudadela a la cual pretendía visitar y que la única forma de llegar allí era a pie.


Tras asimilar la noticia decidí, producto de mi error, que no lograría visitar Castellina y Rada in Chianti en el mismo día y que sólo podía hacer una cosa: caminar. A poco de andar a la vera de una ruta rodeada por viñedos se me ocurrió probar suerte y hacer dedo.

Para mi sorpresa, el primer vehículo que pasó, conducido por una joven de unos 25 años, se ofreció sin ningún reparo a acercarme hasta su lugar de trabajo, distante a 4 kilómetros de mi destino. Envalentonado, me propuse hacer dedo nuevamente para recorrer esos escasos 4 kilómetros restantes y nuevamente una mujer que trabajaba en Castellina in Chianti me condujo hasta mi destino final. Gracias a estas dos mujeres logré visitar tanto Castellina in Chianti como Rada in Chianti en el mismo día.



Mi travesía en solitario continuó a través de San Gimigniano, donde nuevamente el medio de transporte se transformó en escenario de una interesantísima charla con una joven vietnamita sobre las diversidades políticas, geográficas y culturales entre nuestros dos mundos (Sudamérica y sudeste asiático) mientras el bus dibujaba el serpenteante camino de regreso a Siena.




Montalcino fue mi última parada en Toscana, luego fue el turno de Asis y finalmente la eterna Roma cuyo caos de tránsito me remitió, inexorablemente, a nuestras raíces.

He vuelto a viajar sólo en numerosas ocasiones desde aquella travesía en 2002 y he descubierto que cada uno de esos periplos me han permitido no sólo descubrir nuevos destinos o vivencias, sino que han significado una maravillosa oportunidad para conocerme mejor.


La sagaz pluma de Mark Twain no pudo haberlo expresado mejor: “Viajar es un ejercicio con consecuencias fatales para los prejuicios, la intolerancia y la estrechez de mente”.


Alberto

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Alma de Viajeros

-sueltos por el mundo-

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